Vuelvo a sentarme frente a un espejo y me pregunto si será esta sensación compartida. Lo más probable es que así sea pero, podré averiguarlo en cuanto el tiempo sea suficiente para revelar las palabras precisas.
En tanto, regreso a un lugar digno de confianza, en el que tu imagen te rodea, habla, pregunta, presiona y sensibiliza.
Cuestiono la veracidad de las palabras “más vale tarde que nunca” y “Lo que ocurrió una vez, pasará de nuevo”; y llego a la conclusión de que, al descubrir de manera tardía, se puede ver afectado de alguna forma el apego a sí mismo. Por otro lado, si bien no todo se repite, cuando una rosa ha roto tus manos con el poder de sus espinas, seguramente lo volverá a hacer si decides sujetarla de nuevo por la misma zona.
El reflejo de un certero cómplice, menciona la propicia decisión de abandonar las acciones que irrumpen en una obra que está en pleno acto. Desviando un final de cuentos a un interminable periodo que cansa a los espectadores y, peor aún, al actor principal.
¿Por qué la mayor parte de la personas desvían el propósito de su obra teatral, haciendo surgir un desaire total por su propia creación?
Éste es el momento para cambiar el guión, la escenografía, los actores y el tiempo de duración de cada periodo que compone la obra. Éste es el preciso instante en que, al fin, tras abrir las ventanas, es posible dar un paso sobre las nubes para elevarse en libertad y equilibrio, al ir en consecuencia con aquello que te hace sentir confiado para dar ese arriesgado paso.
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