Mi cuerpo, inconsciente de sus acciones, busca su lugar imponiéndose sobre torso del rubio. Quién, sin mayor resistencia, queda prisionero éntrela tela marrón del sofá y mi figura. Poco a poco mis labios rozaban su cuello, mis dientes hacían presión en su piel, provocando unos ahogados quejidos. Fue cosa de unos varios minutos para hallarme con su erguida extremidad en mi boca y que, entre espasmos de él brotara algo, ahí mismo. Pude volver a apreciar un singular sabor, el cual se distinguía ardiente en mi garganta. Mi boca fue directamente contra la suya y sus brazos rodearon mi cuello, haciéndome sentir prisionero del roce con su piel. Luego, en un absurdo acto automático giramos, cayendo de golpe al piso. La delgada figura de Ikuma estaba sobre mi cuerpo.
- Cielos, debió dolerte – dijo con una burlona sonrisa, a lo cual no respondí – Pero supongo que puedo aliviar tu dolor de alguna manera.
Después de esas palabras, solamente sentí como una parte de mi se endurecía debido al constante mimo que aquella extremidad recibía. Mi espalda se arqueaba y el resto de mi cuerpo se tensaba.
- Déjate llevar, déjalo ir –susurró en mi oído, sin dejar de proporcionar un pequeño mordisco a mi lóbulo-
Bastó un momento más para olvidar el dolor que sentí al caer del sillón e inundarme de absoluto placer mientras la diestra de Ikuma se cubría de semen.
- ¿Ya se te pasó el dolor?
- Digamos que tu técnica fue algo infalible – respondí mirando con detenimiento el perfecto rostro del chico –
Ikuma se levantó y arregló la ropa, a lo que yo me ponía de pie y hacia lo mismo.
- No creo que fuera esto lo que querías hablar ¿no es así? – dijo con esa infaltable sonrisa –
- Pues… no.
- Entonces dime… te escucho atentamente.
El chico comenzó a ojear el libro que había sacado antes del estante y, yo comencé a pasearme por el salón buscando la manera de empezar.
- Lo que quería decirte es que…
Mi menté se quedó en blanco, mientras mis ojos observaban incrédulos una de las fotos sobre el escritorio que divisé anteriormente. Ese cabello, de sólo verlo creía sentir su suave roce en mi cara. Esos ojos, tan hermosos que siempre me acogían. Su rostro era tal cual lo imaginaba.
- ¿qué es esto? – pronuncié, aun más sorprendido, al notar que tomándole las manos, a cada lado, estaba yo y un niño rubio
- No lo recuerdas ¿verdad? – oí su seductora voz en mi oído – ¿Lo has olvidado todo…Sono?Me quedé anonadado, ¿De qué se trataba todo aquello? ¿Olvidar? ¿Olvidar qué? ¿Por qué él sabía mi nombre? Las preguntas revoloteaban por toda mi cabeza sin dejar espacio para la cordura. Era como estar en una sala oscura, donde no logras ver que hay atrás ni que se viene por delante. Apoyé mis manos en el escritorio, buscando, sin duda alguna, algo que mantuviera en pie mi deprimente figura llena de dudas. Sin embargo, no fui capaz de mantener mi estabilidad y, de un momento a otro, todo se oscureció.
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