Unos meñiques que se juntan en una promesa que jamás he podido olvidar, es lo que siempre se mantiene en mi cabeza. Seguramente tú ya la has olvidado. Más bien, probablemente te llevaste el recuerdo de esa promesa sin cumplir contigo. Sí, así debió ser, al fin y al cabo han pasado muchos años ¿no es verdad? Más de los que he sido capaz de contar, más de lo que hubiese deseado que transcurrieran.
Aquí, en este lugar donde se encuentran mis silenciosos pensamientos, incapaces de desafiar un destino al que he sido sometido, es donde mi palpitación intermitente no ha sido más que una afonía en un gran salón. Donde mis desesperados gritos solicitando ayuda, no tendieron a ser más que una canción que se ha mantenido en indudable mutismo todo el tiempo. Quizás por ello es que, con el pasar los años, me he resignado a esta vida. A esta vida, en que me mantengo encerrado de esta insoportable forma. Condenado a ella por la capacidad de indagar en un estado de serenidad ajeno.
¿Por qué debió ser así, si no pedí tener este “don”? Finalmente, me hallo en de este modo, en el cual, incluso aquel “don” fue limitado. Es una estadía eterna. Ya perdí la cuenta de los años que llevo aquí.
No sé específicamente cuándo fue que me enteré de aquella presencia, sólo recuerdo haber sido capaz de indagar en su sueño. Quizás logré aquello producto del desespero que sentía al no tener contacto con alguien durante tanto tiempo. Pero, poco a poco, al pasar las noches, me daba cuenta de cuánto me agradaba poder tener algún tipo de cercanía con él. Luego, solamente deseaba que fuera capaz de encontrarme y me ayudara a alcanzar la facultad de ser libre de nuevo.
Pasaron varias noches, cuando de pronto, sentí un fuerte estruendo. Deduje rápidamente que se trataba de la puerta que, mantenía en su profundo secreto, la habitación en la que yo me encontraba. Me alegré al instante, mientras percibía como se hacían sonar los pasos de dos personas.
Había estado rodeado de oscuridad por tanto tiempo, que el fuerte resplandor de la luz hería sutilmente mi vista. Pero ahí estabas, era capaz de verle inmerso en un cuarto lleno de objetos que me hacían recordar un pasado repleto de injusticias.
Había estado rodeado de oscuridad por tanto tiempo, que el fuerte resplandor de la luz hería sutilmente mi vista. Pero ahí estabas, era capaz de verle inmerso en un cuarto lleno de objetos que me hacían recordar un pasado repleto de injusticias.
En un momento te detuviste frente a mí y pude detectar en tu mirada un cierto interés. Dudabas, tal vez, de que año era la figura que se mantenía ante tus ojos. Hasta que un chico alto y de cabello oscuro me observó también con gran atracción y deshizo tu duda.
- Debe ser de alrededor del los años 1835 –mencionaba aquel chico prestando gran atención a los detalles. Fecha de la cual no erraba en demasía. Tu rostro se mostraba preso del escondido brillo de mis ojos.
- Woh! Aquí hay cosas realmente antiguas – decía el pelinegro, robándome tu atención – ¡Hay cartas, ropa, objetos que deben tener al menos 170 años! – exclamaba emocionado aquel chico, dejándome en evidencia cuanto tiempo había transcurrido.
Quería, más que nada, que te detuvieras otra vez frente a mí y sintieras la necesidad de sacarme de ese lúgubre sitio, pero sólo fuiste capaz de decirle a tu amigo que sería mejor salir de ahí, que no te sentías a gusto, y que otro día observarían con precisión lo que en el deprimente cuarto había.
Mis deseos por poder emitir un mísero sonido eran claros, y me disgustaba no ser capaz de pedirte que me llevaras contigo. Maldecía mi forma, el destino que me habían obligado aceptar, las cosas que me habían impuesto a abandonar. Y odiaba más que nada, que aún frente a mí, capaz de reconocerme, no fueras capaz.
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